OGGUN BI OKAN TOLA
  Regla De Ocha
 
PATTAKÍ DE IROKO
En los comienzos del mundo, el cielo y la tierra tuvieron una discusi’on. La tierra sostenía que era más vieja y poderosa que su hermano el cielo: “Yo soy la base de todo, sin mí el cielo se desmoronaría, porque no tendría ningún apoyo. Yo creé todas las cosas vivientes, las alimento y mantengo. Soy la dueña de todo. Todo se origina en mí, y todo regresa a mí. Mi poder no conoce límites”.
Obá Orún no respondió, pero hizo una señal al cielo para que se mostrara severo y amenazante. “Aprende tu lección”, dijo el cielo mientras se alejaba. “Tu castigo será tan grande como tu arrogante orgullo “.
Iroko, la ceiba, preocupada, comenzó a meditar en medio del gran silencio que siguió al alejamiento del cielo. Iroko tenía sus raíces hundidas en las entrañas de la tierra, mientras que sus ramas se extendían en lo profundo del cielo. Iroko comprendió que había desaparecido la armonía y que el mundo conocería la desgracia. Porque hasta ese momento, el cielo había velado sobre la tierra para que el calor y el frío tuvieran efectos benévolos sobre las criaturas del mundo. La vida era feliz y la muerte venía sin dolor. Todo pertenecía a todos y nadie tenía que gobernar, conquistar, ni reclamar posiciones. Pero la enemistad del cielo lo cambió todo. No llovía y su sol implacable lo calcinaba todo. Llegó el tiempo de los sufrimientos y la fealdad apareció sobre la tierra.
Una noche la angustia y el miedo hicieron su aparición. Luego llegaron las desgracias. Toda la vegetación desapareció y sólo Iroko permaneció verde y saludable porque, desde tiempo inmemorial había reverenciado al cielo. Iroko les daba instrucciones a aquéllos que podían penetrar el secreto que estaba en sus raíces. Entonces éstos reconocieron la magnitud de la ofensa y se humillaron y purificaron a los pies de la ceiba haciendo ruegos y sacrificios al cielo. Muchos mensajeros fueron enviados al cielo, pero ninguno pudo llegar a él. Sólo Ara-Kolé (el aura tiñosa) consiguió transmitir las súplicas de los hombres a lo alto. El cielo se conmovió y grandes lluvias descendieron sobre la Tierra. Lo que quedaba vivo en la Tierra se salvó gracias al refugio que les ofreció Iroko. Luego volvió a reverdecer, aunque nunca regresaron los días felices del principio del mundo. El cielo ya no era enemigo, pero permaneció indiferente. Iroko salvó a la tierra y si la vida no es más feliz, la culpa hay que echársela al orgullo.
 
IROKO
 
Orishá mayor. Vive en el follaje de la ceiba. Es Santo varón y viejo. Aunque algunos creyentes lo tienen por hembra. Su mujer es llamada Abomán y su hermana se llama Ondó.
Como se sabe, la ceiba es un árbol muy venerado entre africanos, chinos y cubanos. Según algunos, es un camino de Obatalá y se habla con él, cuando se está frente al árbol. La ceiba es el tronco o bastón de Olofi. A Iroko se le sacrifican teoretes que no hayan apareado. Son paseados alrededor del tronco por los santeros que llevan velas encendidas mientras le sacrifican gallos, gallinas, patos de la Florida y guanajos blancos. Todos los meses se le ofrendan pollos blancos. Se puede decir que todos los Orishás van a la ceiba y que a todos se les adora en la ceiba.
Lo negros de ascendencia conga la llaman Munanso Nsambi ((árbol casa de Dios), Nkunia Lembán, Nkunia Mabúngu, Nanguem Ngandu, Naribe, Sánda, Nfúmbe y Fumba (muerto). Los yorubas le llaman Arabbá, Iroke, Eluwere, Asabá; también Iggi-Olorún (árbol de Dios). Nombre en fon: Loko. Nombre en Haití: Papá Loko.
 
  NO DESPRECIES A NADIE...NO SABES QUIEN TE VA A ENTERRAR.  
 




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